viernes, 30 de enero de 2009

El Sr. Gris presenta la novena maravilla del mundo: ¡¡El tren de más de ochenta cuadras de largo!!


Estando el Sr. Gris a bordo del vagón 357 del tren Buenos Aires- Mar del Plata, en la grata compañía de viejos amigos, no pudo dejar de escuchar una acalorada discusión entre un joven y una añosa señora que se resistía a abandonar su asiento. El muchacho esgrimía su pasaje demandando soberanía sobre el lugar supuestamente usurpado, a sus muy anchas, por la voluminosa mujer. Dado que los litigantes no llegaban a mutuo acuerdo, y empezaban a vociferar dando claras muestras de agresión, el guardia de la unidad ferroviaria se vio compelido a intervenir. Tras escuchar las declaraciones de ambas partes y examinar sus pasajes, sentenció a favor del impetuoso adolescente:

- El asiento 24 del vagón 357 le corresponde al muchacho, como claramente cualquier lego podría determinar consultando con la debida atención y seriedad su pasaje. El motivo de la confusión, señora mía, ha sido la identidad entre los números de asiento. Mas si usted hubiese observado adecuadamente su pasaje, habría advertido que su asiento corresponde al vagón 650. Es ante esta irrefutable evidencia que os compelo a abandonar el asiento a riesgo de recibir un certero puntapié en el culo si persistiera en su subversiva actitud, que dicho sea de paso, considero execrable en una persona de su edad . He dicho. (aclaración de los editores: el discurso original fue levemente modificado para satisfacer la necesidad dramática del relato).

El Sr. Gris que silencioso había presenciado la escena, indignado sintió la obligación de interceder a favor de la ultrajada pasajera y fue así que, incorporándose lleno de fervor, enfrentó al mocoso insolente y exclamó:

- ¡¿Pero cómo se te ocurre querer hacerle caminar a la señora trescientos vagones?!

Recibió nuestro héroe como premio por su noble iniciativa, un coro de risas burlonas acompañado de los rostros avergonzados de sus amigos. En su onírico universo, escape obligado de la realidad, no despierta sospecha alguna que un tren tenga más de trescientos vagones.


Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja

viernes, 23 de enero de 2009

De cómo se comprende que el Sr.Marrón todavía no entienda por qué no logra sintonizar en el microondas el fútbol dominguero u Homo Brutus Informáticus


Siendo el Sr. Marrón oriundo de los occidentales parajes rurales de la provincia de Buenos Aires, había visto las resplandecientes luces de la gran ciudad a la tardía edad de doce años. Dada su rústica naturaleza no estaba versado, ni de casualidad, en los menesteres de la informática; y, en honor a la verdad, nunca lo estaría. Fue en estas condiciones que concurrió, acompañado por el Sr. Naranja, a un Scout Concert, (una pintoresca presentación a los fines de recaudar fondos para los niños exploradores) anhelando encontrar una niña que estuviese siempre lista. Concluida la presentación, entabló el Sr. Marrón una improvisada charla con dos atractivas espectadoras. A poco de hablar, nuestro amigo, les comunicó que debía partir y galante requirió que le suministraran el número de teléfono para proseguir aquel rico intercambio, mates de por medio, siempre, y como debe ser, con las más bajas intenciones. Las damas, pioneras de la tecnología al servicio de la histeria, complacientes contestaron:


- Mira…no se si darte mi teléfono. Pero puedo darte mi Messenger, si querés.

A lo que, cual discípulo dilecto de Bill Gates, el Sr. Marrón interrogó:

- ¿Qué? ¡¿Mazinger?!


Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja

jueves, 25 de diciembre de 2008

De los peculiares hábitos alimenticios de algunas almejas


De las muchas damas que han tenido el privilegio de recibir los favores del Sr. Naranja, en esta ocación hemos de conmemorar a una que se ha hecho célebre entre los miembros de este blog, apodada cariñosamente «papelito». El origen de dicha denominación es el quid de esta anécdota.

Estando el Sr. Naranja en su cama en compañía de la dama en cuestión, preso de un caluroso entusiasmo, y despojado ya de sus prendas, decidió, como corresponde a todo buen anfitrión, comerse la sopa de almeja. Lenta y sensualmente (aunque en la muy limitada medida de sus posibilidades) el Sr. Naranja recorrió el camino, desde la boca de la señorita hasta la codiciada meta que aún permanecía resguardada por el sugerente velo de la ropa interior. Con pulso firme y ferrea voluntad (teniendo nuevamente en cuenta las salvedades pertinentes tratándose del Sr. Naranja) nuestro confiado aventurero quitó a la muchacha lo que era su último ropaje. Ya su lengua cegada por el oscuro hermetísmo de las sábanas que los cubrían, tanteaba acariciando la púbica piel en busca de aquello por lo que doblan las campanas. Pero, aunque todo indicaba una victoria segura, no pudo ser saboreada ... la victoria. Lo que sí fue saboreado fue cierto objeto de textura esponjosa y firme, voluminoso y rugoso. En un primer sondeo mental, buscando una explicación, el Sr. Naranja conjeturó que se trataba de un olvivado, inoportuno y levemente traumático tampón. Queriendo confirmar su hipotesis, acercó su mano y lo tocó. Dicha hipotesis se desmoronó de inmediato, revelando la ya innegable y absoluta y totalmente traumática realidad: una gran masa de papel, cuyo tamaño parecía peligrosamente acercarse al de una pelota de golf, se encontraba allí, aprisionado en las profundidades. Aturdido el Sr. Naranja logró de alguna forma (que el shock post traumático borró de su mente) explicarle a su acompañante acerca de la singular incognita que moraba entre sus piernas. A lo que ella, con despreocupada naturalidad, que no hizo más que aumentar la estupefacción del Sr. Naranja, arrancó de su sexo lo que tanta intriga había generado, lo blandió ante su rostro diciendo «ah, es sólo un pedazo de papel higiénico» y lo tiró a un lado.

De lo que ocurrió luego tenemos pocos detalles. Sabemos que nuestro traumatizado amigo se las ingenió para evitar proseguir con la tarea y con todo lo que implicara contacto alguno, refugiándose en un sueño que, quizás, fue pesadilla y que esa misma noche una decisión quedó tomada: no volver a verla nunca más. Y aunque continúa cumpliendo su promesa, y jamás volvió a versela en su compañía, papelito vivirá por siempre en las inagotables bromas de sus amigos.


Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja

Del estúpido instinto de supervivencia del Sr. Gris o de cómo refutar a Darwin


Estando el Sr. Gris a punto de cruzar cierta avenida céntrica de la Capital Federal, acompañado de un piloso amigo, percibió un pitido intermitente. Alarmado percatose de que la frecuencia del pitido iba en franco aumento. Reaccionó sin demora: tomó a su amigo de la muñeca y echó a correr embistiendo indiferentes peatones como quien huye de la sombra de la muerte o de sus queridos suegros, al tiempo que gritaba:

- ¡¡Bombaaa!!

Ya a salvo en el otra esquina, ante la ausencia de histeria colectiva y lógico estruendo, sorprendido escuchó cómo el amenazante pitido había disminuído su frecuencia. Desconcertado volvió temeroso sobre sus pasos, ubicó el dispositivo que cual corazón delator lo atormentara, y no tuvo más opción que reconocerlo: el mortífero artefacto era un semáforo para ciegos.


Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja

viernes, 19 de diciembre de 2008

Del Sr. Marrón y su inoportuna ocurrencia o de cómo hacer gala de falta de tacto en el contacto


Una calurosa noche de verano encontró al Sr. Marrón en compañía del Sr. Naranja y un sujeto contingente, en una muy pequeña habitación que tenía por únicos muebles una cama de plaza y media y tres damas de dudosa moral y certera enfermedad venérea, muy poco agraciadas y convenientemente económicas. Habiendo las señoritas puesto manos a la obra, ya estaban poniendo bocas (proponiéndose, como es debido, poner, en breve, algo más) cuando sus lascivas intenciones se vieron frustradas por la lánguida falta de cooperación del Sr. Marrón. Luego de un esforzado período de perseverancia bucal, el contrariado Sr. Marrón, siempre dispuesto a entablar conversación, se excusó del siguiente modo:

- Disculpame, pasa que yo siempre tuve un pequeño problema de impotencia con las putas.

Ante tamaña sentencia, ofendida, la mujer pública, elevó su rostro de la zona púbica, aclaró su garganta y replicó indignada:

- ¡Yo no soy ninguna puta!

A lo que nuestro ocurrente Sr. Marrón, no pudo sino responder:

- Bueno, disculpame, puta no: prostituta...
Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja



¡Y así comienza el Chow, Chico!


Amigos, amigas, otros, otras:

Mediante la presente damos comienzo a este austero blog destinado a difundir esos pintorescos relatos que llamamos anécdotas. No nos hacemos responsables de los probables daños morales que esta información pudiera ocasionar, o sí, lo hacemos y nos chupa soberanamente un huevo. Nada de lo que aquí se encuentre será ficcional, se limitará siempre y sin excepción, en la medida de lo humanamente posible, a hechos reales (si es que tal cosa existe). Estas anécdotas desearían servir de enseñanzas, advertencias, redenciones, escraches, denuncias, chusmerío barato, todo bajo el ala protectora de una apariencia gentil y sugerente de confraternidad. Desearían en vano, porque lo cierto es que no son más que anécdotas inservibles, torpes y maliciosas, destinadas a mofarse de la gente.

La mesa está servida y reboza de estulticia. Buen provecho.