jueves, 25 de diciembre de 2008

De los peculiares hábitos alimenticios de algunas almejas


De las muchas damas que han tenido el privilegio de recibir los favores del Sr. Naranja, en esta ocación hemos de conmemorar a una que se ha hecho célebre entre los miembros de este blog, apodada cariñosamente «papelito». El origen de dicha denominación es el quid de esta anécdota.

Estando el Sr. Naranja en su cama en compañía de la dama en cuestión, preso de un caluroso entusiasmo, y despojado ya de sus prendas, decidió, como corresponde a todo buen anfitrión, comerse la sopa de almeja. Lenta y sensualmente (aunque en la muy limitada medida de sus posibilidades) el Sr. Naranja recorrió el camino, desde la boca de la señorita hasta la codiciada meta que aún permanecía resguardada por el sugerente velo de la ropa interior. Con pulso firme y ferrea voluntad (teniendo nuevamente en cuenta las salvedades pertinentes tratándose del Sr. Naranja) nuestro confiado aventurero quitó a la muchacha lo que era su último ropaje. Ya su lengua cegada por el oscuro hermetísmo de las sábanas que los cubrían, tanteaba acariciando la púbica piel en busca de aquello por lo que doblan las campanas. Pero, aunque todo indicaba una victoria segura, no pudo ser saboreada ... la victoria. Lo que sí fue saboreado fue cierto objeto de textura esponjosa y firme, voluminoso y rugoso. En un primer sondeo mental, buscando una explicación, el Sr. Naranja conjeturó que se trataba de un olvivado, inoportuno y levemente traumático tampón. Queriendo confirmar su hipotesis, acercó su mano y lo tocó. Dicha hipotesis se desmoronó de inmediato, revelando la ya innegable y absoluta y totalmente traumática realidad: una gran masa de papel, cuyo tamaño parecía peligrosamente acercarse al de una pelota de golf, se encontraba allí, aprisionado en las profundidades. Aturdido el Sr. Naranja logró de alguna forma (que el shock post traumático borró de su mente) explicarle a su acompañante acerca de la singular incognita que moraba entre sus piernas. A lo que ella, con despreocupada naturalidad, que no hizo más que aumentar la estupefacción del Sr. Naranja, arrancó de su sexo lo que tanta intriga había generado, lo blandió ante su rostro diciendo «ah, es sólo un pedazo de papel higiénico» y lo tiró a un lado.

De lo que ocurrió luego tenemos pocos detalles. Sabemos que nuestro traumatizado amigo se las ingenió para evitar proseguir con la tarea y con todo lo que implicara contacto alguno, refugiándose en un sueño que, quizás, fue pesadilla y que esa misma noche una decisión quedó tomada: no volver a verla nunca más. Y aunque continúa cumpliendo su promesa, y jamás volvió a versela en su compañía, papelito vivirá por siempre en las inagotables bromas de sus amigos.


Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja

Del estúpido instinto de supervivencia del Sr. Gris o de cómo refutar a Darwin


Estando el Sr. Gris a punto de cruzar cierta avenida céntrica de la Capital Federal, acompañado de un piloso amigo, percibió un pitido intermitente. Alarmado percatose de que la frecuencia del pitido iba en franco aumento. Reaccionó sin demora: tomó a su amigo de la muñeca y echó a correr embistiendo indiferentes peatones como quien huye de la sombra de la muerte o de sus queridos suegros, al tiempo que gritaba:

- ¡¡Bombaaa!!

Ya a salvo en el otra esquina, ante la ausencia de histeria colectiva y lógico estruendo, sorprendido escuchó cómo el amenazante pitido había disminuído su frecuencia. Desconcertado volvió temeroso sobre sus pasos, ubicó el dispositivo que cual corazón delator lo atormentara, y no tuvo más opción que reconocerlo: el mortífero artefacto era un semáforo para ciegos.


Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja

viernes, 19 de diciembre de 2008

Del Sr. Marrón y su inoportuna ocurrencia o de cómo hacer gala de falta de tacto en el contacto


Una calurosa noche de verano encontró al Sr. Marrón en compañía del Sr. Naranja y un sujeto contingente, en una muy pequeña habitación que tenía por únicos muebles una cama de plaza y media y tres damas de dudosa moral y certera enfermedad venérea, muy poco agraciadas y convenientemente económicas. Habiendo las señoritas puesto manos a la obra, ya estaban poniendo bocas (proponiéndose, como es debido, poner, en breve, algo más) cuando sus lascivas intenciones se vieron frustradas por la lánguida falta de cooperación del Sr. Marrón. Luego de un esforzado período de perseverancia bucal, el contrariado Sr. Marrón, siempre dispuesto a entablar conversación, se excusó del siguiente modo:

- Disculpame, pasa que yo siempre tuve un pequeño problema de impotencia con las putas.

Ante tamaña sentencia, ofendida, la mujer pública, elevó su rostro de la zona púbica, aclaró su garganta y replicó indignada:

- ¡Yo no soy ninguna puta!

A lo que nuestro ocurrente Sr. Marrón, no pudo sino responder:

- Bueno, disculpame, puta no: prostituta...
Redactado por: Sr. Gris y Sr. Naranja



¡Y así comienza el Chow, Chico!


Amigos, amigas, otros, otras:

Mediante la presente damos comienzo a este austero blog destinado a difundir esos pintorescos relatos que llamamos anécdotas. No nos hacemos responsables de los probables daños morales que esta información pudiera ocasionar, o sí, lo hacemos y nos chupa soberanamente un huevo. Nada de lo que aquí se encuentre será ficcional, se limitará siempre y sin excepción, en la medida de lo humanamente posible, a hechos reales (si es que tal cosa existe). Estas anécdotas desearían servir de enseñanzas, advertencias, redenciones, escraches, denuncias, chusmerío barato, todo bajo el ala protectora de una apariencia gentil y sugerente de confraternidad. Desearían en vano, porque lo cierto es que no son más que anécdotas inservibles, torpes y maliciosas, destinadas a mofarse de la gente.

La mesa está servida y reboza de estulticia. Buen provecho.